Que los nuevos propietarios han cambiado muchas cosas, que la inversión en la bodega desde el 2001 ha logrado cambiar el estilo de los vinos, que esta es la bodega más moderna de Burdeos, etc. Etc. Etc.
La mayoría de las inversiones datan de fines de los ’90, donde los ingleses tienen mucho que decir y los gringos también. No es que sea malo, al contrario, pero me parece curioso el que en cada visita los directores técnicos, enólogos o jefes de bodega resalten de manera importante las nuevas tendencias del “nuevo propietario” cuando este ya tiene más de cinco años en la propiedad.
Otra cosa que sorprende es que, justo al lado de cada antigua construcción, se ha edificado con lujo de modernismo un edificio completamente nuevo con sistemas de elevadores, mesas vibradoras, bombas y estanques con temperatura regulada que le da “mayor respeto a la fruta”, como dicen los que las usan, pero no deja de parecer que la industrialización ha sobrepasado a lo tradicional para lograr unir eso de “tradición” con “tecnología de punta” más propia del Nuevo Mundo que de Burdeos, supuestamente la capital tradicional del vino en el mundo.
Insisto, no es que moleste ni que este mal ni que debiera ser de otra manera, sólo resulta curioso que las mimas máquinas que están en Chile sean el orgullo de los que muestran la bodega en Burdeos, por lo que deberíamos estar más contentos nosotros porque realmente no tenemos nada que nos diferencie de los grandes de Europa.
Ahora, para los que ya están pelando a Grellet: es cierto, el terroir, la fruta, la poda, el suelo, bla bla bla, pero nosotros también tenemos terroir y suelos distintos que hacen que nuestros vinos sean diferentes a los de los Bordeleses. Y peor aún para ellos, los nuestros valen un tercio (con suerte) de lo que vale una botella de ellos.
¿Cómo logramos el mismo valor y reconocimiento entonces?, parece que sólo con tiempo, y eso no lo podremos igualar jamás.
Estuve con Gabriel Vilard, Jefe Técnico de Chateau Haut.-Bailly; hombre medio hiperquinético pero profesional y convencido de que el vino se hace en el campo, que sin fruta no se puede lograr nada. De hecho recalcaba mucho que no existe receta clara para hacer el vino, sólo dejar que la fruta madure lo mejor posible, lo más sana que se pueda y rogar por no tener problemas, pero que el trabajo en el campo decide todo. Incluso las mezclas dependen de la fruta, por lo que la frase “no somos una cocina, acá no hay receta” la dijo más de una vez.
Bueno, no es ninguna novedad, pero es el único que me ha dicho esto por estos lados y, según yo, es lo que vienen haciendo varios chilenos desde hace rato, así que tan perdidos no estamos.
Haut-Bailly es quizás un digno ejemplo de esta “modernidad sobre lo antiguo”, donde un estadounidense compró la propiedad, le puso lucas para construir todo lo que hacía falta construir y empezó a levantar un Chateau histórico con las ganas de hacer un negocio donde también el mantener una propiedad preciosa, con jardines, una bodega y viñedos como jardines sean, además de lindos, productivos y lucrativos.
Impresionante saber que en él trabajan diez personas en el campo y una en la bodega, donde las visitas las hacen dos personas, el Jefe técnico o una de las Directoras del Chateau, logrando realmente que el visitante se empape de lo que pasa en la empresa y pueda preguntar lo que quiera obteniendo una respuesta clara y profesional.
Quizás esto hay que copiar un poco, que el turismo nuestro sea un poco más profesional y menos de “ahorro de costos” como es la frase más ocupada. Donde el encargado de las visitas sea “la” persona de la bodega o, a lo menos, una persona preparada para poder entregar la información necesaria.
Bueno, me estoy perdiendo en el universo.
Los vinos de Haut-Bailly tienen lo suyo: una propiedad de 28 hectáreas donde predomina el Cabernet Sauvignon, lo sigue el Merlot y termina de darle color el Petit verdot.
Pequeñas parras, todas cosechadas a mano, viejas viñas que tienen más de cien años y, repito donde en una parte de ellas, están aún mezcladas las variedades, por lo que la cosecha es complicada en algunos lugares del campo y se debe tener especial atención para sólo cosechar lo que está maduro.
Afortunadamente, la bodega es preciosa, tienen de toda la maquinaria que sea necesaria y las personas para lograrlo, haciendo varias cosas interesantes. Veamos:
El Grande: Chateau Haut-Bailly Grand Cru Classé, Pessac-Léognan.
Probé el 2006 (muestra de barrica), y el 2005; el 2005 vino elegante, sin el brett que sobresalga, mucha fruta, gran potencial de guarda y cerrado a decir basta; en boca largo y complejo, con ciruelas negras marcadas y complejidad suficiente para dejar tranquilo a varios de los exigentes, pero sorprendentemente dentro de un marco de modernidad que me llamó la atención.
Por algo vale el doble del precio normal, llegando a los 60 euros en vez de los 30 que vale normalmente cada botella (anótense la cosecha del 2005 en Francia como una de las mejores de la historia).
Ni siquiera me voy a referir a la muestra de barrica del 2006, ya que le falta como un año de barrica antes de ser embotellado.
El segundo vino: La Parde de Haut-Bailly.
Segunda selección de fruta del mismo viñedo y con barricas de distintos años, logrando un vino más simple pero en el mismo estilo de su hermano mayor. Obvio, a mitad de precio que el anterior y destacable entre los de su mismo rango.
Vino que igualmente necesita decantación, pero que sin duda es concebido para atacar al mercado de los restaurantes y bares de vinos. Producto moderno, fácil de tomar y con ganas de la segunda copa, donde platos tradicionales como terrinas de carnes, preparaciones en base a conejo o quesos rústicos son la mejor armonía. Obvio: tradicional y simple cocina francesa que se encuentra en cualquier restaurante francés.
El tercero es algo que se embotella con lo que sobra de los dos anteriores, pero que logra matar el volumen sobrante y hacer caja.
Algunos años hacen sangrías y sacan unas cajitas de un rosado, bastante bueno debo decir, pero que generalmente se vende en el mismo Chateau y para las visitas, algo así como el “souvenir” que no tiene nadie.
¿Vale la pena Haut-Bailly?, de todas maneras: podrán probar un gran vino en una bodega moderna y con instalaciones antiguas “remasterizadas”, con gente que adora lo que hace y está absolutamente convencida de su trabajo, donde lo que destacan y defienden son sus 28 hectáreas y sus ganas de hacer las cosas bien, sin importar cuantas cajas o cuantos litros logren, donde el cambiar es parte del crecer (como para mandarme una frase para el bronce); algo que se debiera repetir más seguido.
Para mayores informaciones www.chateau-haut-bailly.com